Juan Antonio Llorente
Hoy me gustaría hablaros de una figura fundamental en los últimos tiempos de la Inquisición Española, Juan Antonio Llorente. Fue un sacerdote y funcionario de ideas avanzadas, que al servicio de varios personajes eminentes de la política española, de finales de los siglos XVIII y principios del XIX, como el Inquisidor General Abad de la Sierra, Jovellanos o Godoy, redactó informes sobre la reforma o incluso abolición del Santo Oficio.
Llorente nació en Rincón de Soto (La Rioja) en 1756, y fue ordenado sacerdote en 1779. A partir de 1782 comienza a abandonar las ideas tradicionales del clero hispánico, y pasa a apoyar el regalismo, que supone un mayor poder del monarca en asuntos religiosos frente a la autoridad papal romana. Por esa época era albacea testamentario de la Duquesa de Sotomayor en Madrid, una figura cercana a la reina, que le facilitó alcanzar puestos de importancia. En 1785 pasó a ser Comisario del Santo Oficio en Logroño y luego Secretario de la Inquisición de Corte. En 1790 se convirtió en canónigo en Calahorra, pero continuó en la Corte como censor literario para el Consejo de Castilla.
En el año 1801 perdió su puesto como Secretario de la Inquisición de Corte tras una acusación por fautor de herejes, es decir, colaborador o protector de éstos. Entre 1805 y 1808 estuvo al servicio de Manuel de Godoy, privado del Rey de España. Elaboró para él varios informes históricos y políticos, al tiempo que se dejaba influir por el pensamiento pro francés del valido. En 1808 ya es un afrancesado convencido, formando parte de la Junta Nacional que aceptó la Constitución de Bayona y al nuevo monarca José Bonaparte. Fue miembro del Consejo de Estado como consejero para Asuntos Eclesiásticos, colaborando en la reforma del clero español con su Reglamento para la Iglesia Española de 1808, y en la eliminación de la Inquisición realizada bajo el régimen Bonaparte.
También fue nombrado caballero comendador de la Orden Real de España, una orden militar creada por José Bonaparte para sustituir la Orden de Carlos III. Su amigo Francisco de Goya, que también sería galardonado con dicha Orden, dedicó a Llorente uno de sus más destacados retratos.
A pesar del rencor que sentían los liberales de las Cortes de Cádiz hacia las figuras afrancesadas como Llorente, sus textos contra la Inquisición fueron fundamentales para que las Cortes gaditanas la disolviesen en 1813.
A Juan Antonio, siendo un colaborador tan destacado del régimen bonapartista, no le quedó más remedio que huir de España en 1813 junto a las derrotadas tropas francesas. Las cartas escritas a su familia y amigos desde París indican un ánimo resignado, aunque amable y nada hosco respecto a su situación de destierro. Trató durante los años siguientes obtener una amnistía del rey Fernando VII, pero sin éxito. En 1818 sigue en París, amenazado por la restaurada Casa de Borbón bajo Luis XVIII. El diputado Clausel de Coussergues atacó enérgica y repetidamente a los españoles revolucionarios y pro napoleónicos afincados en Francia, instando a su expulsión. Llorente respondió a ataques como estos con escritos como:
- Defensa canónica y política de don Juan Antonio Llorente contra injustas acusaciones de fingidos crímenes; trascendental en varios puntos al mayor número de españoles refugiados en Francia (1816).
- España y la Inquisición, acompañado de Lettre à M. Clausel de Coussergues sur l'Inquisition espagnole (1817-1818).
- Histoire crítique de l'inquisition espagnole (1818). Con la que logró gran reconocimiento en toda Europa.
Algunas informaciones de la policía francesa apuntaron a su participación en logias carbonarias, y en 1820 se pidió su marcha del país por revolucionario, conspirador y desleal a la hospitalidad del Rey. Él lo ignoró durante un tiempo, pese a que su regreso a España parecía menos peligroso tras el triunfo del Trienio Liberal. Muchos liberales mostraban gran afecto a su trabajo contra el Santo Oficio y la Iglesia Ortodoxa. Su posición favorable al Trienio se ve con claridad en su obra Conversaciones entre Cándido y Prudencio sobre el estado actual de España (1820), en la que formulaba varias advertencias para lograr la supervivencia del régimen, frente a los posibles espías contrarrevolucionarios ocultos.
Finalmente, a finales de 1822, el gobierno francés decide expulsarle. La causa principal fue la publicación, el año anterior, de Retrato político de los Papas desde San Pedro hasta Pío VII, en la que atacaba gravemente a Roma. Pero para cuando confirman su expulsión, Juan Antonio ya había salido por su cuenta del país, como muestra una carta escrita a un amigo francés desde Irún el 27 de diciembre. Murió en Madrid el 5 de febrero de 1823, a tiempo de evitar un posible proceso cuando el absolutismo de Fernando VII volviese a tomar el poder ese mismo año.
Siendo un personaje tan polémico en su tiempo, ¿cómo se le recordó posteriormente?
Curiosamente, muchos liberales terminaron por aceptarlo como a un igual, pese a su posición afrancesada durante la Guerra de Independencia. Fue visto como un patriota ilustrado, antiabsolutista, revolucionario, partidario de la reforma del clero, un regalista que prefería la autonomía española al intrusismo romano, un centralista contrario a las libertades forales, y además de un miembro del movimiento carbonario.
El clero tradicionalista lo aborreció como a un traidor por su espíritu reformista y contrario a los papas romanos. Historiadores como Juan Manuel Ortí y Lara y Marcelino Menéndez Pelayo, en sus obras La Inquisición e Historia de los heterodoxos españoles, respectivamente, atacaron duramente la figura de Llorente. Sobre todo Menéndez Pelayo, que consideró a las ideas afrancesadas y revolucionarias como antiespañolas.
Bibliografía:
- Caro Baroja, Julio. El señor inquisidor. Alianza Editorial. Madrid, 1996.
- Menéndez Pelayo, Marcelino. Historia de los heterodoxos españoles.
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