Hoja
de coca
El consumo de esta planta es sumamente antiguo:
al menos el 8.000 a.C por lo descubierto en el yacimiento de Nanchoc, en Perú.
Sus usos fueron muy variados, desde medicinales a rituales y militares.
La hoja
de coca alcanzó tal importancia en las culturas americanas que fue considerada
una planta mágica, y su uso fue restringido a las clases altas, a ciertas situaciones
y celebraciones, como hicieron los incas. Su principal característica era la
vitalidad y energía que otorgaba al consumidor, alejando de él el hambre y la
fatiga. Imperios como el inca no habrían sido los mismos sin el uso de la hoja
de coca, fundamental para la guerra, el trabajo, el servicio de correo, los
tributos o las festividades. Incluso podrían haber sido imperios imposibles de
construir, ya que a partir de los 3.600 metros de altitud que imponían los
Andes el cuerpo humano tiene graves dificultades para adecuarse. El consumo de
coca acelera la frecuencia cardiaca, mejorando la capacidad respiratoria y
haciendo más llevaderos grandes esfuerzos físicos a tal altitud. Los mensajeros
del imperio inca, los chasquis, podían recorrer 240 kilómetros diarios gracias
al consumo constante que hacían de ella para reponer fuerzas. Su consumo
consistía en colocar sobre la hoja algún compuesto como cal o ceniza, que
potenciaba el efecto, y hacer con ello una bola que se iba masticando entre las
muelas y la mejilla.
Amerigo Vespuccio fue uno de los primeros en
mencionar su consumo en sus cartas. Como otros cronistas de los sucesos de
América, comenzó criticando a los indios que la tomaban, extrañados por esa
costumbre. Los compararon con animales rumiantes. Pero luego comprobaron el
valor medicinal de esta planta, como en el caso siguiente del jesuita Bernabé
Cobo en 1653:
“Su
temperamento es caliente y seco con muy buena estipticidad; mascada de
ordinario, aparta de los dientes toda corrupción y neguijón, y los emblanquece,
aprieta y conforta. A mí me sucedió, que llamando una vez a un barbero para que
me sacara una muela, porque se andaba y me dolía mucho, me dijo el barbero que
era lástima sacarla, porque estaba buena y sana; y como se hallase presente un
amigo mío religioso, me aconsejó que mascase coca por algunos días. Hícelo así,
con que se me quitó el dolor dela muela y ella se afijó como los demás.”[1]
Una de las cosas que aprendieron los españoles
era que intentar erradicar el consumo de coca era complicado, y luego vieron
que además era un error. El trabajo de indios y esclavos mostró que dejándoles masticarla
aumentaban su productividad y se reducía el gasto en comida. Lo mismo con el
trabajo asalariado. La hoja de coca continuó favoreciendo el desarrollo del
continente, aunque desligada casi por completo de su antigua ceremonia y
religiosidad.
Por supuesto, los guerreros de distintos
pueblos precolombinos la usaron antes del combate para obtener valor,
concentración y fuerza. Y su tradición se mantuvo con los ejércitos americanos
españoles e independientes. Las interminables marchas por terrenos difíciles,
las incomodidades y el hambre podían disiparse fácilmente con una dotación
generosa por cabeza, haciendo posibles hazañas como la de un soldado boliviano
que en 1837 recorrió 2.200 kilómetros en 20 días, sin muestras aparentes de
cansancio cuando acabó.
La hoja de coca llegó a Europa tras el
descubrimiento de América, aunque no alcanzó toda su popularidad hasta que fue
purificada en forma de cocaína, tres siglos más tarde. Uno de los eventos que
despertó el interés de los investigadores fue el sitio de La Paz de 1781,
durante la rebelión de Tupac Katari en el Virreinato de Perú. Durante meses
cuarenta mil rebeldes asediaron la ciudad, siendo necesario para ambos bandos
un consumo constante de coca. Los atacantes, para soportar el bloqueo y el
agotamiento tras una marcha insufrible por el altiplano andino; y los
defensores, para atenuar el cansancio y más importante aún, el hambre que les
consumía. Los que mejor soportaron las penalidades en dos los lados fueron
quienes contaron con coca, y las noticias que llegaron a Europa hicieron que
muchos científicos se interesasen en la planta y sus propiedades.
Cocaína
Los principales trabajos europeos con la coca
se realizaron en el último tercio del siglo XIX, con casos como los del
científico italiano Paolo Mantegazza, el francés Charles Gazeau o el escocés
Robert Christison. Todos estaban interesados por los efectos estimulantes de la
hoja de coca, y se maravillaron por su capacidad para otorgar energía y
suprimir el cansancio. El Inglaterra, el mariscal de campo sir Henry Evelyn
Wood realizó pruebas con coca en soldados, con resultados muy positivos.
Fiedrich Wöhler y Albert Niemann fueron los
primeros en sintetizar la cocaína pura a partir de hojas de coca en 1859. En
1862 la compañía Merck de Darmstadt ya la estaba elaborando a gran escala. Los
planes militares de las naciones europeas para la cocaína no fueron como
estimulante en un primer momento, sino como un complemento alimenticio para disminuir
el consumo de comida de las tropas, que se estimaba que podría reducirse en el
15 o 20%.[2] Los
médicos interesaron por su uso como anestésico y antifebril. Curiosamente el
deporte se interesó antes por su capacidad estimulante que los militares, siendo
esta sustancia la protagonista de algunos casos de dopaje deportivo de
principios del siglo XX.
La isla neerlandesa de Java, que había
introducido la planta de coca en 1878, logró un producto un 40% más rico en el
alcaloide de la cocaína, y se convirtió en el mayor exportador del mundo de
esta hoja. La producción mundial de cocaína se disparó en los años previos a la
Gran Guerra, desplomando los precios de 280 dólares la onza en 1885 a los 3
dólares en 1914. La cocaína conseguiría su gran éxito militar durante la
Primera Guerra Mundial, llegando a desbancar a la sacrosanta morfina como el
medicamento más empleado.
La guerra se sirvió de la cocaína para los
fines que ya mencionamos: reducir el hambre de la tropa, como medicina
(antifebril y sedante), y por fin, como estimulante de combate. Su paso por las
trincheras fue colosal. Daba valor, calmaba los ataques nerviosos de los
soldados alterados y fue muy usado por los pilotos para desvanecer la idea de
riesgo durante el vuelo, haciendo posibles los primeros combates aéreos de la
historia.
Por supuesto, tras la guerra las naciones se
vieron invadidas por adictos, que aquejados por dolores, sufrimiento emocional
y mutilaciones, buscaron las mismas sustancias que podían calmarlos en su
hogar. Sobre la cocaína no disponemos de algunos datos que serían muy
reveladores. Algunos expertos como Conny Braam sospecharon que los ejércitos
mezclaron en los alimentos y bebidas de la tropa pequeñas dosis de cocaína para
mejorar su rendimiento y calmar su estrés, pero sin el conocimiento ni
consentimiento de éstos.
Anfetamina y metanfetamina
La anfetamina, un derivado sintético de la
efedrina, fue sintetizada por primera vez en 1887; y su hermana, la
metanfetamina, en 1919. La anfetamina cobró importancia a partir de 1928, tras
el trabajo del químico Gordon Allen, al ser una opción barata de la efedrina.
En 1932 obtuvo una patente sobre el sulfato de anfetamina, que luego vendió a
la empresa Smith, Kline & French, que la produjo en forma de inhalador
Benzedrine para la descongestión nasal. En poco tiempo esta sustancia ayudaba a
combatir el asma, la rinitis, se empleaba en terapias de adelgazamiento… y en
1946 ya estaba presente contra la obesidad, el hipo crónico, la hipotensión, la
esquizofrenia, narcolepsia, epilepsia o adicciones a la morfina o la cafeína.
Los primeros en descubrir su valor como
estimulante fueron los camioneros estadounidenses, que podían cumplir con sus
rutas sin rendirse al sueño y bien concentrados tomando una pastilla de
bencedrina cada par de horas. Pronto los estudiantes se sumaron a su consumo
para estudiar más horas sin perder la concentración o sin sentir hambre y
cansancio.
Sus principales efectos son la estimulación de
los sistemas nerviosos central y periférico y disparando la producción de
dopamina, de forma muy similar a la cocaína. Esto permite aumentar la capacidad
cognitiva, la concentración, reducir el hambre y aumentar la energía.
En la Alemania de Hitler se inició una campaña
por la pureza que afectó a terrenos como la raza, las tradiciones nacionales,
la moral y la vida social. En este último punto cobraron importancia las
sustancias psicoactivas. La cerveza, otros alcoholes o el tabaco fueron
tolerados por una cuestión de tradición o amplia aceptación social, pero otras
sustancias como la marihuana, la cocaína o el opio fueron perseguidas por
inmorales y debilitadoras del espíritu nacional. O al menos fueron atacadas de
cara al público y como parte de la teoría del partido nazi. En el ámbito
privado las drogas, medicinales o no, siguieron desfilando sin mayores
problemas. Y más en la alta jerarquía nazi, donde hay casos bien conocidos de
adicción y abuso de sustancias, aunque ese es un tema que bien podría merecer
otro artículo. Siguiendo con nuestro tema, menos problemas aún encontraron las
drogas para desfilar en el teatro de la guerra, a la cual deseaba Alemania
lanzarse cuanto antes.
El ejército alemán se tomó el aspecto
farmacológico de la guerra muy en serio. Como parte de su estrategia militar
fundamental, la Blittzkrieg, las
fuerzas alemanas debían coordinarse para atacar con velocidad y precisión allí
donde el enemigo mostrase debilidad. Tan importante como contar con tanques,
aviones y radios era tener soldados motivados, sin miedo y con una energía que
sobrepasase cualquier oposición. Una de las armas calve para lograr el éxito de
la Guerra Relámpago fue la pervitina, la primera metanfetamina usada jamás por
un ejército en campaña. Su efecto era superior al de la anfetamina ordinaria,
siendo más potente y más duradera. Esta droga produce un efecto estimulante y
energético, alivia el cansancio, aumenta la concentración, reduce el apetito,
el sueño, el dolor y crea una sensación de bienestar e incluso euforia.
Como vemos, eran efectos muy atractivos para
cualquier nación que se preparaba para la guerra. Las primeras pruebas alemanas
con la metanfetamina se realizaron durante los Juegos Olímpicos de 1936 y en la
Guerra Civil Española. Los experimentos del médico militar Otto Ranke con la
sustancia en 1938 y 1939 terminaron de darle la confirmación aprobatoria para
ser distribuida en masa a la Wehrmacht.
La pervitina se convirtió en la famosa “píldora
de asalto” en las campañas de Polonia, Francia, Países Bajos, Bélgica y
Luxemburgo. Los soldados alemanes las tomaron por millones, tanto en forma de
pastilla como de tabletas de chocolate, e incluso en inyecciones. A pesar de
sus extraordinarios efectos, su uso continuado pronto causó numerosos problemas
en la efectividad de los ejércitos germanos. Las tropas presentaron casos de
sudoración excesiva, problemas circulatorios, total agotamiento, alucinaciones
e incluso algunas muertes. Las estadísticas confirmaron que los pilotos sufrían
más accidentes tras periodos largos consumiendo metanfetamina. Estos problemas
eran debido a un uso prolongado de la sustancia, que sustituía el natural descanso
y la reposición de fuerzas que necesita el organismo por una nueva dosis del
fármaco.
A finales de 1940 el suministro de la pervitina
comenzó a recortarse entre la tropa de la Wehrmacht, dirigiendo las existencias
hacia casos concretos, como la invasión de la URSS, y a unidades de élite. Pese
a todo, muchos soldados siguieron haciendo uso de ella por su cuenta, bien por necesidad
militar o por adicción. Hay conservadas numerosas cartas de soldados alemanes
que pedían a sus familias que les mandasen pervitina junto a la siguiente
carta. El gobierno terminó por regular su uso para que fuese más prudente. La
nueva normativa afectó incluso a la sociedad civil, ya que esta droga pasó a
tener la misma regulación que el opio, que había sido totalmente denigrado por
el nazismo.
Quisiera destacar una droga experimental
alemana conocida como D-IX, probada en 1944. El vicealmirante de la Kriegsmarine
Hellmuth Heye buscaba una sustancia que infundiese valor y energía a sus
marinos durante un periodo de tiempo prolongado. El D-IX resultó ser un
cocktail de cocaína, metanfetamina y Eukodal (un opiáceo de gran potencia) que
al parecer dio algunos resultados positivos en algunos experimentos. La guerra
estaba en una situación crítica y algunos mandos, como Otto Skorceny, pidieron
una remesa para sus tropas de élite, pero la droga nunca llegó a salir de la
fase de experimentación. Además de esta sustancia, los médicos nazis buscaron
otras posibilidades, como la administración de entre 50 y 100 miligramos de
cocaína pura en varios presos de Sachsenhausen. Se les hizo correr sin pausa
cargados con hasta veinte kilos de peso. Algunos lograron recorrer noventa
kilómetros antes de caer agotados, y hubo varias muertes durante el experimento[3].
Coincidiendo con el momento en que los alemanes
reducían la presencia de metanfetaminas en sus filas, los británicos aprobaron
su uso y comenzaron a destinar anfetaminas a varios elementos de sus fuerzas
armadas. La RAF suministró tabletas de bencedrina de cinco miligramos a sus
pilotos en misiones de larga duración, después de confirmar que la Luftwaffe
había hecho un uso exitoso de la metanfetamina en la primera fase de la guerra.
La bencedrina demostró cualidades muy valiosas para la eficacia de los pilotos,
y las estadísticas dejaron claro que las ventajas de su consumo sobrepasaban a
los inconvenientes, que los había, llegando a poder causar accidentes y
muertes. Uno de los motivos para su uso era la cada vez mayor altitud que
alcanzaban los aparatos de aviación más modernos. Las mejoras de diseño no
podían evitar que la concentración de oxígeno en el aire fuese muy escaso, y
eso producía un agotamiento físico y mental enorme a las tripulaciones. Muchas
veces recurrían a las anfetaminas (también llamado speed) por cuenta propia, automedicándose según su situación y
necesidades.
Los ejércitos de tierra británicos también se
proveyeron de bencedrina en la campaña del norte de África. El general
Montgomery y el 8º Ejército necesitaron de ella para devolver el valor y la
confianza a las tropas y recuperar el terreno perdido ante el Afrika Korps de
Rommel. Antes de la batalla decisiva de
El Alamein se distribuyeron cien mil pastillas de bencedrina, y durante la
guerra los británicos llegaron a consumir 72 millones de estas píldoras.[4]
Estados Unidos, con su gigantesca capacidad
económica y material, se sumó a la guerra farmacológica con unos números sin
igual. Algunos cálculos parciales basados en los contratos entre el gobierno
estadounidense y las empresas farmacéuticas marcan un mínimo de 250 o incluso
500 millones de pastillas de bencedrina adquiridas durante la guerra. Se
calcula también que el 15% de los soldados americanos las consumieron con
regularidad, y el 15% de éstos superaron habitualmente las dosis recomendadas. Es
muy posible que el frente donde más speed
se consumiese durante toda la guerra fuese el Pacífico. Los japoneses
ofrecieron una resistencia isla por isla que sobrepasaba toda necesidad
estratégica o deber patriótico, tal y como se entiende en Occidente. Los
marines estadounidenses quedaron tan marcados por las cargas banzai, las luchas cuerpo a cuerpo y el
ánimo suicida de los nipones que tuvieron que buscar herramientas para
sobreponerse a un enemigo tan feroz. Aquí las anfetaminas jugaron un papel muy importante,
ya que les dio el coraje y la confianza necesaria.
El caso japonés en tema de drogas es muy
especial. Desde el siglo XV, las autoridades imperiales mantuvieron un férreo
control sobre el tráfico y consumo de estupefacientes. Bajo prescripción médica
se podía acceder a algunas sustancias, como los derivados del opio, pero bajo
una regulación estatal muy rigurosa. El tráfico ilegal se castigaba con pena de
muerte. EE.UU obligó a Japón a abrirse al comercio internacional en 1854, pero
los términos del tratado de Amistad y Comercio de 1858 permitieron a Japón
mantener su antigua prohibición sobre la importación de drogas, al contrario de
lo sucedido en China años atrás. Este país se había visto inundado por
cargamentos de opio inglés y sus esfuerzos por combatirlo habían llevado a una
crisis que les debilitó enormemente. Japón aprendió la lección china y mantuvo
una política de doble rasero respecto al tráfico de drogas: impidió la
importación para mantener sana y segura a su población; y facilitó la venta de
sustancias como el opio a países de su entorno, como Taiwan, China o Corea. Con
esto lograba unos beneficios económicos sustanciosos y debilitaba a países que
pronto estaría en posición de doblegar. El desenlace de esta política lo
tenemos en los veredictos del Tribunal Internacional para el Lejano Oriente en
1946, que acusó a varios dirigentes japoneses por numerosos crímenes
relacionados con este tráfico de drogas.
Japón mantuvo una relación muy estrecha con las
anfetaminas durante la Segunda Guerra Mundial. Su presencia en las droguerías
estaba extendidísimo, con más de veinticuatro medicamentos distintos basados en
anfetamina o metanfetamina. El gobierno terminó por romper su tradición
antidroga obligando a los trabajadores relacionados con el esfuerzo de guerra a
tomar estimulantes. Los fármacos estipulados para aumentar la productividad fueron
llamados senryoku zokyo, “drogas que
inspiran el espíritu guerrero”.
Entre las fuerzas armadas, el uso de
metanfetaminas más notable fue el de los pilotos kamikaze. Antes de partir a su misión suicida celebraban una
ceremonia en la que se brindaba con sake y recibían una pastilla de
metanfetamina y té verde marcadas con el sello del emperador, la llamada
“pastilla de asalto” o tokkou-jo. Esta píldora cumplía una función
sencilla, la de tranquilizar al piloto antes de embarcarse en un vuelo directo
a su sacrificio. Remarcar que muchos de éstos pilotos no se presentaban como voluntarios,
sino que eran escogidos para formar parte de los escuadrones especiales.
Negarse, además de una falta, era un suicidio social para la familia del
objetor, quedando marcados como apátridas y cobardes para siempre.
Tras la guerra, las anfetaminas siguieron
siendo fundamentales para Japón. El ejército americano trató de confiscar las
reservas de estas drogas, pero distintos distribuidores siguieron comerciando
con ellas entre los años 1945 y 1955. La moderna mafia japonesa, la Yakuza, surgió de este tráfico. La
población hizo un uso muy elevado de esta sustancia. Ayudó a muchos a
sobrellevar el desastre que supuso la guerra y la miseria posterior, también
resultó útil para mantener eficientes y concentrados a trabajadores y
estudiantes. Se calcula que el 2,2% de la población hizo un uso regular de la
familia de las anfetaminas, aunque para 1957 su uso comenzó a mostrar niveles
mucho más bajos.
Esta serie sobre drogas de guerra tendrá más entradas en un furo, ¡nos vemos muy pronto!
[1] Voz
Erythoxylum coca en Wikipedia.
[2] Kamienski,
L. Las drogas en la guerra, p.145.
[4] Kamienski,
L. Las drogas en la guerra, p.180.
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